Imagen hallada mediante gogle |
Sentada frente
al computador Margarita vio pasar los últimos tres años y medio de su vida,
como una proyección en video beam sobre sus lentes. La espera que en los dos
últimos meses se volvió la más cruel de las agonías, había terminado, pero eso
no la hacía sentir más tranquila, sólo era un estrujón a una herida ya
contaminada.
Un frío
sepulcral penetraba por sus pies y se alojaba en el corazón, en su mente
retumbaban como golpes de tambor las palabras que acababa de leer en su email
“…todo en la vida se acaba. Esto se acaba aquí y ahora.” Así, sin más, como
quien derriba un castillo de naipes se derrumbaban las ilusiones de un futuro
junto a José, y a él ni le importaba, al contrario, dejaba entrever en su
respuesta que lo deseaba desde hacía tiempo. Margarita no entendía la ironía de
la vida, ese destino, titiritero implacable del que somos marionetas, da y
quita sin pedir permiso, sin preguntar si todavía quieres seguir disfrutando la
miel del regalo.
Ahí permaneció
cuasi petrificada, golpeada por recuerdos buenos y malos, y con una larga lista
de razones para justificar la decisión que tomó; también eran grandes y
múltiples las razones para sentirse frustrada. ¿Valió la pena tanto tiempo
concentrada en una espera, que al final no pasó de ser una dolorosa despedida?
Tantos años entregados a una quimera, años en los que se convirtió en una isla,
un ser solitario, entregada al trabajo. Cuando José se fue a trabajar a la
montaña, ella cometió un error que ahora jura no repetirá, pero ya es tarde, se
alejó de sus amigos, tratando de evitar malos entendidos, porque la gente
chismosa está en cualquier lado, sólo vivía para trabajar y esperar la llamada,
el email o la visita de su amado. Hoy cuando él se va definitivamente, no tiene
un hombro donde llorar, nadie cerca que la consuele y lamentablemente, el
trabajo no consuela un despecho.
Ahogada en
llanto, abrió la ventana del chat, tratando de tomarse un respiro que le permitiera asimilar lo que estaba viviendo y apartar de su mente los pensamientos tristes que la sobrecogían. E
_ Hola
_ Hola Margarita,
cómo estás?
_ Bien Néstor, y
tú.
_ Trabajando.
Quince minutos
después. – ¿Margarita, estás en la montaña? ¿Cuándo te casas?
_ No… terminé
con José, acabó
_ Tranquila
amiga, todo pasa
Al cabo de un
rato Néstor llamó a Margarita a su celular, en ese momento sus palabras fueron
realmente consoladoras. Pasaron varios días, Margarita siguió su rutina, hasta
que ese viernes casi al anochecer se encontraron otra vez en el chat.
_ Hola amiga.
_ Hola Néstor.
_ Hoy es
viernes. Te invito a un trago.
_ No, mejor una
cerveza.
_ Vale, cerveza,
pero no una, dos.
_ Que sean tres.
_ Nos vemos en
el bar del Sol.
_ En una hora y
media nos vemos.
Margarita apagó
la computadora y fue a darse un baño con agua de girasoles, se puso un vestido
negro y tacones rojos. Llegó puntual al bar y en la barra estaba Néstor, ese
fue el inicio de una noche fantástica, hablaron de lo divino y lo humano,
excepto de José y su cruel partida, entre copa y copa salieron a relucir cosas
de la vida de ambos, la música y el trago hicieron lo suyo, mientras bailaban.
_ No sé bailar
Margarita.
_¿Y me lo dices
después de la sexta canción? La verdad, yo tampoco sé…
_ Ese vestido te
queda precioso… ¡Me parece increíble que una mujer hermosa como tú, se ruborice
así por un cumplido¡
Margarita sabía
que el vestido le quedaba hermoso, sabía también que no era miss universo, pero
tenía la certeza de ser una mujer bonita, sin embargo, no estaba acostumbrada a
que se lo dijeran, porque generalmente la gente prefiere alagar su inteligencia.
En ese momento, no se sentía abrumada por el cumplido, sino por los recuerdos,
y no pudo evitar ser presa de un pensamiento que salió casi como un sollozo –
¡a él le fascinaba verme vestida así!
_¿Qué me decías?
_ Me siento
cansada.
De lo único que
Ella estaba segura era de su deseo de exorcizar ese fantasma. Sentados
nuevamente en la barra, los ojos de él se perdieron en los de ella y sus manos
se entrelazaron, Ella temblaba y a él el corazón le latía demasiado rápido,
mientras sus labios se acercaban…
_¿Me llevas a la
casa?
_Todavía es
temprano
_ Son las dos de
la mañana, me siento agotada.
_ Vamos
Durante el
recorrido ninguno de los dos pronunció palabra alguna, Ella miraba por la
ventanilla las luces que iluminaban las calles solitarias, Él la atisbaba de
reojo y trataba de concentrarse mientras conducía. En la mañana siguiente se
sorprendió al encontrar en la almohada una rosa blanca y una nota que decía
“gracias por una noche inolvidablemente especial”
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Autor: Irene Tapias
Montería, 7 de
septiembre de 2010
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