A sus diecisiete años
Transitaba la línea entre las ilusiones y la locura
Tejía versos en cuadernos reciclados
Se pintaba las uñas con esmalte carmesí
Espolvoreaba rubor rosa en las mejillas
Le escupía sus anhelos al mundo
La recuerdo rompiendo la serenidad de la siesta
Con la ronca melancolía del saxofón
Bailando y cantando rock en el parque
Siempre metida en su bombacho de overol
Calzando zapatos de trapo
Una noche de junio
Llegó a la puerta de mi casa
Cubierta de lluvia y de llanto
Pálida, vestía un traje oscuro
El cabello envolvía sus hombros y su espalda
Esa noche conoció las dos caras del amor
Le ofrecí una toalla, mi abrazo y un té
Hoy tiene la mirada opaca
Sus gestos adustos son gorjeos de la existencia
Canas prematuras se roban su juventud
Lleva en sus manos el peso de la vida doméstica
Y en las mejillas el golpe de un amor borracho
Que duele en el alma y en la piel
Frente al espejo
No se reconoce en esos ojos tristes
A sus espaldas, su sombra indaga el destino
En una taza de café
Intenta capturar esperanzas
que colmen su cuenca vacía
Hoy, nos miramos como dos desconocidas
Que sostienen una lacónica conversación
Se despide rehuyendo la mirada
Mientras se aleja por un callejón solitario
Yo, en el parasol de una heladería,
Me quedo con la imagen de la niña que fue
Hermoso poema querida Irene. Triste retrato de muchas mujeres violentadas que terminan normalizando el dolor y perdiéndose a sí mismas.
ResponderEliminarHermoso y contundente poema. Una radiografía dolorosamente cotidiana.
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